De chico empecé
a manejar la izquierda con la habilidad que supuestamente debía tener en la
derecha, era irremediablemente zurdo. Pero la escuela, allá por el 55, estaba
hecha para diestros, y me adiestraron: me obligaron a escribir con la derecha.
Lo que no estaba previsto en ese programa era que la profesora de dibujo me
permitiera dibujar con la izquierda. Aparentemente esa materia menor, como se
consideraba a la clase de dibujo, me marcó para toda la vida. Nunca supe si lo
que me gustaba era dibujar o sentirme libre de poder hacerlo con mi natural
inclinación por la zurda, pero me sirvió. Con el tiempo, cuando ya tenía 9 o 10
años, le rogaba a mi vieja que me mandara a estudiar dibujo, azuzado por
publicidades que prometían sacarme dibujante de historietas.
Nunca lo logré.
En su lugar me mandó a aprender inglés y para mí fue como que me volvieran a
imponer algo contra mi naturaleza. Nunca logré adoptarlo, al contrario del
italiano, que me encanta. Años después ingresé en la Escuela Nacional de Bellas
Artes y una noche, mientras pintábamos un modelo, alguien cometió una torpeza
con la diestra y justificó su desacierto explicando que era zurdo, a lo que su
interlocutor le respondió: “Yo, también”. Alguien que escuchaba dijo, “si es
por eso, yo también”. De inmediato se hizo un censo y resultó que el 60% de esa
clase éramos zurdos. Por primera vez, fuimos mayoría. Con los años, avanzando
en mi zurdera, ya a los 40 y pico, decidí empezar a escribir con la izquierda.
Se lo recomiendo a todos los zurdos. Háganlo, se van a sentir mejor.
Fernando Sendra
fernandosendra@clarin.com
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